Siento vértigo con náusea por mi pueblo, siento pena de su pena y su lamento. Lamento que me implica en el tormento de poseer un campo de nosotros que es no nuestro. Un tormento que impregnado con su sangre, va acuñado en el centro de su vientre, en sus genes, en sus poros en su herencia majestuosa que enmudece ensimismada y se enrosca en la parte posterior de su alma, errada. Un tormento del que no se habla, se respira y que a todos amortaja en su momento. Que dio a luz a los hijos de su mundo y rompió con su grito algún silencio. Y yo escuché llorar al mundo entero por los hijos que parió en su cautiverio.