Poseo un cuaderno donde escribo mis sentires. Un lapicero de colores para cambiar humores. Una regla, un compás y unas tijeras, óleos, pinturas y pinceles, atesorados en un baúl cuadrado. Y en una esquina colgando mirando hacia el infinito, un pajarito enjaulado.
Un artefacto que registra mis latidos mientras yo trazo el proceso sobre un papel cuadriculado. Tengo un libro releído siete veces, que me ha enseñado a descifrar el misterio de los meses...
Setecientos noventa y dos y continuan pasando demostrando que el final viene ligado con mi aliento. Y mientras más respiro, indefectiblemente más se acerca... Y se aproxima victorioso en las manijas del tiempo.
Aprendí que la primavera solo dura unos segundos. Que existe un invierno en el que no calienta un abrigo. Que el verano sin lluvia se hace eterno y el otoño deshoja tu piel, sobre el camino...
Que los sueños en la vida son un coma profundo y cuando por fin abres tus ojos te queda muy poco de vida en este mundo. Que no hay enfermedad peor que el estar ciego con la ceguera apática del individualismo.
Pero a veces cuando el Caribe besa la arena lo escucha desde lejos mi alma de sirena, que muere cada día extranjera ansiando el cielo azul celeste de mi isla, en tierra ajena.