Tierra ajena


Poseo un cuaderno
donde escribo mis sentires.
Un lapicero de colores
para cambiar humores.
Una regla, un compás
y unas tijeras,
óleos, pinturas y pinceles,
atesorados en un baúl cuadrado.
Y en una esquina colgando
mirando hacia el infinito,
un pajarito enjaulado.

Un artefacto que registra
mis latidos
mientras yo trazo el proceso
sobre un papel cuadriculado.
Tengo un libro
releído siete veces,
que me ha enseñado a descifrar
el misterio de los meses...

Setecientos noventa y dos
y continuan pasando
demostrando que el final
viene ligado con mi aliento.
Y mientras más respiro,
indefectiblemente más se acerca...
Y se aproxima victorioso
en las manijas del tiempo.

Aprendí que la primavera
solo dura unos segundos.
Que existe un invierno
en el que no calienta
un abrigo.
Que el verano sin lluvia
se hace eterno
y el otoño deshoja tu piel,
sobre el camino...

Que los sueños en la vida
son un coma profundo
y cuando por fin abres tus ojos
te queda muy poco de vida
en este mundo.
Que no hay enfermedad peor
que el estar ciego
con la ceguera apática
del individualismo.

Pero a veces cuando el Caribe
besa la arena
lo escucha desde lejos
mi alma de sirena,
que muere cada día extranjera
ansiando el cielo azul celeste
de mi isla, en tierra ajena.

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