¡Que la sangre de mi espíritu sea mi patria!..., que su lluvia me posea, su sol caliente me bese y que madure mi fruto... Su brisa eleve mi canto sin lágrimas, sin lamentos y que mi alma trascienda en voz, verso y sentimiento.
Que la llama que consume el decir de mi garganta pueda en las sombras guiar al perdido peregrino... Que los senderos se ananchen transformándose en caminos mudando piedras, sembrando olvido y por propuesta, que este amor sea la fuerza y motivo el impulso hacia el destino.
Que sea un atardecer rojizo de arreboles sobre el mar lo último que pueda apreciar mis ojos, mi voz, mi canto. Sobre ese lienzo tallar con precisión de artesana en esa postrera visión los tonos de mi ilusión... ¡Y así entregar mi ensueño en mi terruño bendito que se ha declarado dueño del latir de mi corazón!