Que la sangre de mi espíritu sea mi tierra Que su lluvia me posea Su sol caliente me bese Y que madure mi fruto. Su brisa eleve mi canto Sin lágrimas, sin lamentos y que mi alma trascienda en voz, verso y sentimiento.
Que la llama que consume el decir de mi garganta Pueda en ocasiones guiar al perdido peregrino Que los senderos se ananchen convirtiéndose en caminos Mudando piedras, sembrando olvido Y por propuesta, el amor sea la fuerza y motivo, el impulso hacia el destino.
Que sea un atardecer rojizo de arreboles sobre el mar lo último que pueda apreciar Mis ojos, mi voz, mi canto y en la negrura tallar con precisión de artesana De esa postrera visión los tonos de mi ilusión... ¡Así entregar mi ensueño en mi terruño bendito que ha sido el único dueño del latir de mi corazón!